
–L. Carlos Sánchez
…es cohabitar en ese cuarto de azotea, poner la vida hervir dentro de una cafetera-calentadera, fregar la ropa en el lavadero, como en aquella rola de León Chávez Texeiro: La mujer (se va la vida).
O lo que es necesario también, impostergable, acudir en tarde de domingo a Andamios Teatro y dejarse conducir a una sala alterna, apretujar los pulmones en caso de ser claustrofóbico o agorafóbico, llenarse los órganos de oxígeno, mentalizarse, respirar y con la prestancia de los sentidos malabarear los diálogos estridentes. Luego vendrán las ofensas y el escarnio.
Se necesita también, acatar el impulso y golpear las manos a manera de gratitud. Porque la entrega de las actrices es total, no se guardan ni una pizca de talento, el compromiso se generaliza y apremia ante la vocación que es la escena.
El título de la obra es incluso una provocación, o la libertad del dramaturgo, la complicidad del director: Lo único que necesita una gran actriz es una gran obra y las ganas de triunfar. La compañía: Vaca 35 Teatro, quienes radican en la Ciudad de México.
Desde allá y hasta acá. Para darse y nosotros (los espectadores) recibir. Recibir y reflexionar. Un mundo interior donde el amor subyace, lo de todos los días, en una relación ya perversa, ya cruel, ya aparentemente insostenible y, sin embargo.
Las actuaciones encima de nosotros, como para vivir desde adentro de ambos cuerpos (dos actrices en escena) las pulsaciones de toda la frustración que a cuentagotas la vida se ha encargado de construir. Desde la risa, desde un bocado de pan, desde un trago de vino, todos esos detalles que hacen de los días la rutina más implacable cuando se vive en compañía: dos mentes aparentemente ergonómicas y a la vez eternamente distantes. Pero se quieren y al final del día: el amor.
Hay una dosis enorme de valentía (condición sine qua non de quienes actúan) en ambas actrices, en el director mismo, porque no hay elemento más recurrente que el valor para atreverse a desdoblar un montaje tan lleno de intimidad, y resolverlo con esos recursos escenográficos minimalistas: apenas un lavadero, una tina que funge como el lecho de una familia feliz-infeliz, un par de lámparas, una estufa eléctrica y una cafetera-calentadera. Todo lo demás, la sugerencia del movimiento, da pie al espectador para también acumular el deseo de bailar, con zapatillas o sin ellas.
El baile que es danza, esa escena, ese momento monumental de ella como personaje atreviéndose a soñar con los pies. La música, elemento primordial bien puesto en el instante por demás atinado.
Dos seres que se aman y se hace pedazos con la sugerente paradoja de que así es el amor. Por los siglos de los siglos. Al final del cuento, desde la palabra y la recreación (a manera de metáfora) refrendaremos que, a cada historia de vida, de relación, le conforman sus triunfos y derrotas, que no hay que excavar demasiado para entender, antes del oscuro total, que a todos nos ahorcan la mula de seis, que nadie escapa de las condiciones humanas, porque así es esto y nada más.
Todo cabe en la perspectiva de una obra que ha alcanzado ya 360 representaciones, y de la cual, gracias a las actrices Diana Magallón y Maricarme Ruiz, bajo la dirección de Damián Cervantes, pudimos dar cuenta esa tarde de domingo, en el mero centro de la ciudad, como para no quitar el dedo del renglón y en colectivo decirnos una y otra vez, cuánta falta nos hace la existencia y permanencia de los espacios alternativos, y el teatro mismo.
Gracias: Vaca 35; chingonsísimo, Andamios Teatro…





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