El miedo de no existir o mejor dicho: quedarse sin batería. 

Por: Heriberto Duarte

Hace un par de semanas me hice de un cargador nuevo inalámbrico. Esto, con la finalidad de no quedar en ceros en la calle con el teléfono inservible, con mi intelecto inservible, la paz descompuesta, con las soluciones agotadas y el miedo en toda la piel. 

¿Qué miedo? Miedo a que pase lo que nunca pasa con el celular encendido. Una emergencia o que alguien me busque insistentemente para entregarme los mil premios de las mil rifas a las que no entré. Que me lleguen los mil mensajes de las mujeres más hermosas que conozco. Que un amigo está por sorpresa de visita en la ciudad y quiere verme porque mañana vuelve temprano a su remoto domicilio. El miedo a perder el control de moverme a donde quiera gracias a una app de transporte. Miedo a no enterarme que hay una fiesta mejor en un lugar en el que no estoy. 

Antes de dormir veo por último el celular, dejo las alarmas puestas y activo el volumen en alto. Al despertar es lo primero que toco. Lo primero que veo. Si llego a despertar en algún momento de la madrugada le echo un ojo. No vaya a ser que alguien me dé una emocionante noticia un miércoles a las 3:45 de la mañana. 

Como se dice comúnmente, ese rectángulo electrónico con el que nos hacemos selfies se ha convertido en una extensión de nuestros cuerpos. Nos hace robóticos, supersónicos, futuristas. Trakas: un clic y estoy en videollamada con un japonés. Trakas: un clic y aparece una hamburguesa en mi puerta. Trakas: dos clics, envío un mensaje por error y ansiedad, paranoia, angustia, más miedos. Pum: 0% de batería.

Hemos construído en algunos casos nuestras vidas en pequeños reality shows para pequeños públicos que orbitan alrededor de nosotros y nosotros funcionamos igual para ellos: una vista, un like, un compartido.

¿Con el celular apagado qué soy? Apenas se puede ver borroso un destino sin celular. O un futuro con un celular que apenas resuelva lo básico: una llamada. O dedicar un par de días a la semana a no tenerlo pegado a los ojos. O unas horas al día abandonarlo o un descanso de minutos. 

El detox digital lo pide el cuerpo, pero cómo habremos de tomarlo si ahí están los grupos del trabajo, la conexión con amigos, familia, comunidades afines y más. ¿Cómo tendremos un descanso si la pantalla del móvil es nuestra ventana hacia el mundo?

Estas anotaciones podrían seguir interminables. A veces pienso en organizar un espacio humano en el que abandonemos los celulares por algunas horas. Pero me parece antinatural tener que organizarlo en el mismo celular y que sin el celular nadie de los invitados podría enterarse.

Tú saldo está por agotarse. Te queda 1% de batería. No sabes ningún número de memoria que no sea el tuyo. 

Twitter: @heribertu

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