
Con autorización del autor, Omar Gámez Navo, publicamos este ensayo contenido en Herman@s de Tinta (Primer Encuentro de Escritores del Valle del Mayo, MAMBOROCK 2024) sobre la obra de Josefa Isabel Rojas Molina
por Omar Gámez Navo
Mientras algunos creemos, ridículamente, que tenemos el deber estéril de estar buscando la forma de sugerirle a ciertos escritores cómo carajos escribir, cómo ser un ápice medianamente responsable con los textos que deliberadamente nos ofrecen, Josefa Isabel Rojas Molina, por su parte, está creando poemas, poemas de verdad. Y lo sabemos porque nos la encontramos al revisar su chamba en redes sociales, o al menos así lo estuvo haciendo por un prolongado periodo de tiempo en el otrora Twitter o Facebook; y cómo olvidarnos de su blog “Qué me van hablar de amor…” Entonces a través de estas plataformas públicas fue que pudimos apreciar sus poemas y le descubrimos esa particular forma en que se mantiene viva mediante una valiosa curiosidad casi constante. Aunque ella contaba ya con publicaciones, algunos y algunas la descubrimos a través de esas redes sociales.
Con Josefa lectoras y lectores descubren que el poema es un asunto de la mirada que convierte en concreto eso que apenas podemos tocar o ver.
He dado con Josefa, con sus poemas, a través de ese carácter que tiene de parecer la primera mujer en encontrar en su Cananea —elevado a nivel universal, yo qué sé—, el frío, la ausencia, el ir y venir de los trenes en la nieve, el misterio de la flor de la higuera reventando a la media noche, un pueblo cotidiano que permiten que a cada página de sus libros nos inunde de olores, de intemperie y a vida de gente que habita esa mina-bestia que constantemente resuella…
Pero también sus páginas huelen a cocina, a jardín y a todo eso que nos hace pensar que alguien que escribe sobre la belleza cotidiana que sucede durante ese domingo por la tarde en que será el día del juicio final, nos hará alucinar que tal vez estemos ante la última poeta que queda en el mundo. No hablo más que de la naturalidad y el poema de Josefa que reivindica el derecho al amor, a la nostalgia y a la alegría como algo profundamente necesario para continuar diligentes en este abismo en el que a pesar de todo continuamos con vida.
Me permito anexar el texto que la poeta de Tijuana, Mónica Morales Rocha, nos envió so pretexto de este en el que nos ocupa Josefa Isabel Rojas Molina (Cananea, Sonora, 29 de marzo de 1960).
“Supe que existía una escritora sonorense, llamada Josefa Isabel, a finales del 2009. Supe que tenía un blog (quémevanahablardeamor.blogspot.com) y la seguí, desde entonces. La conocí y la escuché leer sus poemas, en el Horas de Junio del 2010 y repetimos en 2011… Y por ahí dijimos salud en aquellas noches bohemias, donde la palabra era una fiesta y cada una de nosotras: súbditas bienaventuradas.
El resto, quizá no sea historia conocida para todo el mundo, pero podrán imaginarlo: contactos en redes sociales que se siguen e intercambian, de vez en vez, palabras: un acompañamiento poético, a la distancia, en la medida en que es posible. De pronto atisbando la grandeza de una escritora que, modesta, devela su luz en la claridad del testimonio cotidiano.
Quizá Josefa no lo sepa, pero sus poemas han sido faro y bálsamo. Oasis gozoso, sus palabras nacidas en el desierto. Quizá Josefa no imagine, pero el gesto generoso de enviarme, firmadito, su Detenerte tanto en 2012, significó una brújula luminosa; oráculo para encontrarnos en las nostalgias; espejo de palabras en el que somos, desde esta esquina hasta su Cananea, hermanas de tinta.
Josefa, mujer serena forjada en el desierto, lleva en sus letras la llama en la que es posible coincidir, como poseedoras de un legado compartido. Nosotras, las mujeres del noroeste tenemos en común el bermejo del mar que une nuestras tierras. Leer a Josefa significó encontrar las redes mutuas: el vaivén ancestral que acaricia, insistente, nuestras orillas”. Tijuana, Baja California, 28 de enero de 2024.
Ya entrados en reflexión, Josefa, al publicar su obra en redes sociales, creo que se hizo de un buen número de lectores; esto aunado a sus poemarios impresos, que, estoy casi seguro también cumplieron con la consigna de dar con viejos y nuevos lectores. De pasada diré que su Detenerte tanto es un “grandes éxitos” que tuvieron a bien editarlo en el año dos mil once, ese año en que, atinadamente, la Feria del libro de Hermosillo llevó su nombre a manera de homenaje.
Y bien, ahora me permito otra intervención; esta corre a cargo de la también poeta y narradora oriunda de San Luis Río Colorado, Sonora, Fidelia Caballero, quien de la obra de Josefa nos escribió lo siguiente:
“Desde que leí Para que escampe de la Josefa Isabel, surgió la admiración y el respeto por esta poeta de la sierra nevada de Sonora. Es una trabajadora de la palabra, con una marcada vocación por las letras. La poesía elige a su gente, a esos seres que habrán de formarla y eligió a la Josefa, porque, según sus palabras, ella iba a estudiar Química y al final, por algún extraño motivo, que seguramente ahora tiene claro, se quedó en Letras.
La poesía de Josefa debe leerse en pleno campo, en plena sierra, bajo un árbol, al oído de todos. La de Josefa es poesía al aire libre, que canta y vuela, que dice y cuenta. Siempre están los elementos naturales en sus manos cuando escribe. Me gusta la Josefa porque la entiendo, porque comunica con gracia, sus amores, su dolor, el amor, sus hijos. Va y viene con limpieza, sutilmente. Aunque ha ganado premios y fue homenajeada en la Feria del Libro en el 2011, cuando este evento llevó su nombre, siento que Sonora le debe mucho.
No sé si el hecho de que esté tan al norte del estado influya en esta idea que tengo, pero creo que hay que hacer más con la Josefa, hay que llevarla, traerla, acompañarla, y, sobre todo, leerla, leerla en todas partes. Ella lo merece y a nosotros nos hace falta”.
Y ya que me estoy permitiendo tantas concesiones, a continuación, ofrezco una breve reseña del poemario Versiones de la Conjetura (Ed. Mamborock, 2023).
Poemas para conjugar y apropiarse de las conjeturas
Soy de los que se quedan estupefactos cuando leo a Josefa, apropiarme de sus versos que parecen una respuesta pero que terminan planteándome otras preguntas, las descomunales preguntas. Esas que a las 11 de la noche te caen como el gordo de la lotería, premio que terminarás regalando en su totalidad a una casa que se encarga de los perros sin hogar o a algún movimiento estudiantil… ¿Por qué hablo? ¿Pienso en palabras o imágenes? ¿Imagino en palabras o siento con imágenes? No lo sé, pero me reconforto, por esta vez, al explicármelo en el suspiro de un poema de Josefa; el primero de este novísimo libro que nos atañe: Algunas noches, aquellas en las que ninguna frase me cobija salgo desvalida, con oscuro frío / Y tengo que ocultarme, con el corazón vestido de remiendos, mordiéndole la piel a los frutos.
Los poemas de Josefa tienen también un erotismo universal al que sin pensarla tanto cualquiera nos lo apropiamos porque nos lo suelta así bien “en confianza, al servicio de quien lo necesite”; tan sutilmente que apenas nos dimos cuenta que pasamos del abandono a la belleza visual y del elixir de la flor de jacaranda que llega al irse la nevada, del olor del invierno, de un arroyo abriéndose camino a la piel, las caricias, humedades y a las palabras dichas despacito al oído.
El recuerdo de tu olor, no sé si lo sabes, permanece como elemento inmutable, como inalterable luna, nube pintada por un niño, en mi memoria.
Me duele de jazmín el alma, es ya mi poema que deberé leer en esa macabra emergencia que me significa el “en caso de incendio”. Es que es tan cercano, impredecible como entrañable. Soy el muchacho o la muchacha esa que juntos se embriagan en el cine y son echados de la sala por estallar en amor y bullicio… Esos mismos que caminan, se aman, se pierden, observan, nunca se vuelven a ver y se convierten en memoria. ¡Y por Dios, les juro que mientras engullo cada uno de sus versos suena en un off mental la música de Kind of Blue del inefable Miles Davis!
Los poemas que conforman Versiones de la Conjetura son esa llamada telefónica que estuviste esperando por años, es esa canción de amor que te gusta mucho, aunque no estés enamorado o embebecida; son todo ese tiempo que estuviste haciendo eso: sospechando, suponiendo, presumiendo… Al carajo con la certeza que para eso existen los manuales y las ecuaciones y de eso ya hemos tenido suficiente. Ante la virtud de ejercer sin permiso establecido alguno la conjetura, me quedo con estos poemas y poemínimos de Josefa Isabel Rojas Molina.






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