por María Herrera

Esta mañana estoy presa de melancolía. Pronto llegará Noche Buena. Con cuánta ilusión y regocijo cada año se esperaban estas fechas.

A partir del dieciséis de diciembre empezaban las posadas, o posaditas, para hacer deferencia. Por ejemplo, la posada consistía en un grupo de adultos y niños, encabezados por el personaje principal para llevar la voz cantante.

Peregrinos

En el nombre del cielo, os pido posada, pues… no puede andar… mi esposa amada. No seáis inhumano, tennos caridad, que el Dios de los cielos te lo premiará.

Venimos rendidos desde Nazareth,

yo soy carpintero, de nombre José.

Posada te pide amado casero,

por solo una noche, la Reina del Cielo.

Mi esposa es María, y madre va a ser,

del Divino Verbo.

Dios te pague señor vuestra caridad y que os colme el cielo de felicidad.

Posada

Aquí no es mesón, sigan adelante.

Yo no puedo abrir, no sea algún tunante.

Ya se pueden ir, y no molestar.

Porque si me enfado los voy a apalear.

No me importa el nombre, déjeme dormir,

Pues que yo le digo que no hemos de abrir.

Pues si es una Reina quien lo solicita.

¿Cómo es que, de noche, anda tan solita?

¿Eres tú José? ¿Tu esposa es María?

Entren peregrinos, no los conocía.

Dichosa la casa, que alberga este día,

a la virgen pura. La hermosa María.

Todos

Entren santos peregrinos, peregrinos, reciban este rincón. Que, aunque es pobre la morada, la morada, os la doy de corazón.

Cantemos con alegría, alegría todos

al considerar. Que Jesús, José y María, y María. Nos vinieron hoy a honrar.

Así la Noche Buena

Se caminaba casa, por casa, previo acuerdo para compartir al final en la última casa que recibiría el pesebre. Allí se llevaba a cabo un pequeño convivio, degustando champurrado y galletitas. El pesebre se quedaba hasta el día siguiente. Así, día a día, hasta concluir el día de Noche Buena. Posaditas: en casinos de moda, celebrada con música en vivo. Luego se daban las fiestas del barrio, baile en casas particulares. La música la escuchábamos en discos de vinilo, en consola, o tocadiscos portátil. Después de celebrar Navidad, empezaba la cuenta regresiva para recibir «Año Nuevo» en casa o en un salón. El festejo de Año Nuevo era menos tradicional, era una noche para celebrar bailando hasta el amanecer. En la familia, se permitía pasarlo fuera de casa, con amigos, o en algún salón de moda como El Casino Contreras. Eso dependía del gusto y aguante de cada persona.

En la niñez recuerdo que nos desvelábamos, y mis padres se armaban de paciencia hasta que el último chamaco se quedaba dormido, dicho sea de paso, que la espera era en ocasiones al calor de un buen ponche, elaborado con frutos secos, piloncillo y canela, mientras madre cocinaba. Y esa cocina se inundaba de deliciosos aromas a fuego lento… mientras la leña permanecía ardiendo toda la noche. A las 11:40 salíamos de casa al doblar la primera campanada del Templo Guadalupano, para acudir a la misa de gallo comenzaba a las 12:00 a.m. para recibir el Nacimiento de Jesús de Nazareth. Después de concluir la misa, nos dábamos el abrazo de Navidad. Volvíamos a casa, y por las calles residenciales por donde pasábamos se veía otro ambiente a través de los cristales de grandes ventanales, pero llegar a casa, abrir esa puerta y sentir el calor del hogar mientras afuera el frío calaba, eso no tenía precio. Luego entre bostezos, uno a uno nos quedábamos dormidos. Luego el cuchicheo, y de pronto un pisotón al juguete que tenía sonaja, o la muñeca que, presionándole la panza, dejaba escapar un chillido, siendo la alarma largamente esperada para empezar a destapar los humildes obsequios: una bolsita con cacahuates, dulces de barrilito, un trozo de caña, y una naranja.

Así más o menos en todos los hogares del barrio.

Entre los deseos siempre estaba esa muñeca que te sobrepasara en tamaño. Y luego te veías enternecida con tu clásica muñequita de plástico y su trajecito pintado y molote, pues carecía de cabello largo. Esas muñecas que se veían en los aparadores, esas sí tenían cabello y vestido de tela.

Era suficiente para vivir un ambiente mágico al recibir una pizca de amor en todo lo que se recibía una vez por año. Se volvía a agarrar el sueño, y se seguía soñando con la muñeca que sobrepasara en tamaño. Los sueños permanecían vigentes, se abrazaba la esperanza al primer canto de villancicos.

Hoy al descorrer el velo, pude verme recorrer las calles, me vi sentada en una banca de la plaza de armas. La plaza Seis de Abril, el restaurante pabellón.

El sitio de taxis y sus choferes atentos al posible cliente mientras daban lustre a sus zapatos. Cuando el subir a un taxi era llegar con seguridad a tu destino. La gente recorría la ciudad con sus paquetes bajo el brazo, en todas las miradas el espíritu navideño.

Así transcurría el día y poco a poco el firmamento se cubría de estrellas, junto con la satisfacción de haber cumplido con otro día laboral.

A pesar de que, con el paso de los años algunas tradiciones fueron cambiando. Lugares en la mesa han ido quedando vacíos, creo que somos afortunados de aún conservar viva la memoria.

Qué en sus corazones, haya dicha y amor.

Qué en sus hogares, reine la paz.

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