
por Migde Pino
Que si llevan aceitunas o no. ¡Pero qué alegatas se trae la gente!
Desde que tengo uso de razón me he comido los tamales de carne con aceitunas, y pasas, servidos con una porción de frijoles con queso y chile colorado.
Desde que inician las fiestas patrias, en mis redes sociales veo memes y el rechazo continuo a la sabrosa aceituna, el fruto del árbol de olivo que corona a los tamales sonorenses. Lejos de sentir rechazo se me hace agua la boca pensando en todos los tamales que me voy a comer en el maratón de Guadalupe-Reyes. Al mismo tiempo evoco los momentos que vivía como espectadora de la elaboración de los tamales, y de ladrona de aceitunas.
La nostalgia me roba suspiros, pero también sonrisas.
Para mí son sonrisas, no sé qué serían para mis abuelos, no sé si para ellos es felicidad como lo es para mí. Mi visión de niña evidentemente era muy distinta. Todo recuerdo de ellos encierra felicidad, la rectitud de ella, lo ocurrente de él, la dedicación de ambos para su familia o simplemente una estampa estoica suya en mi memoria es alegría, como aquella, frente a una estufa burlando al frío y a la soledad.
Al calor de la estufa de leña, Ramón y Ramona frotan sus manos y calientan sus cuerpos, mientras ven fijamente la estufa como si fuera un televisor. Ramón se echa un sorbo de té de hoja de limón y parte pan semita. La casa luce oscura, ni luces ni arbolito, pero en la mesa está el niño Dios más hermoso que han visto mis ojos. Lo van a colocar después de las doce de la noche en la canasta con almohadilla para adorarlo. Mi nana lo cuida más que a mi tata.
Pese a que la casa es de adobe se siente mucho frío y el punto de reunión es en la cocina donde está la virtuosa estufa. Me la llevo toda arropada, con los cachetes colorados. Y qué decir de mi nana que siempre tiene frío, no se quita para nada el reboso café, su paliacate y cuatro prendas más.
Todo se aprovecha en las estufas de leña, mientras lo usas de calentón, puedes cocinar, hornear y, como ellos, hasta echarle cáscaras de naranjas con clavos de olor para aromatizar la casa.
Por la tarde mi hermano Cristian quebró leña en el patio y juntó basurita para que no le falte lumbre a la tan apreciada estufa que no se apaga en todo el día. Y menos en la noche.
—¡Cristo! -grita mi abuelo a mi hermano que anda limpiando el corral-, tráeme los cacahuates que están en el saco para que los tueste la Ramona.
—¡Ramón! Ya te dije que no le digas Cristo a Cristian, te va a castigar Dios.
Mi tata Ramón sabe que eso le molesta mucho a mi nana y siempre le está haciendo bromas a ella y a todos sus nietos, además de entretenerlos contándoles chistes e inventando historias.
Con paso lento se acerca de nuevo a la estufa y mete sus manos a la chamarra y continúa viendo la estufa.
No hay más qué hacer, dice mi tata resignado mientras se come los primeros cacahuates que salieron de la lumbre.
—Tata, ¿qué van hacer para cenar en navidad?
Ramona se apresura a contestar por él.
—Nada, chiquitita, un maizorito y a dormir.
Creo que apenas comienzo a darme cuenta que mis abuelos no hacían fiesta y me surgieron muchas preguntas. Pero mi nana es de pocas palabras y concisas.
—Lo más importante es la misa y después a dormir.
Insistí. —Pero, ¿no van hacer nada?
—No, ya hice muchos años, tantas docenas de tamales en el mero día de Navidad. Imagínate nomás a siete hijos que alimentar y puro cuarto bat.
Recuerdo que antes, a Ramón le regalaban un bote de carne en la matanza, donde trabajaba. Y antes se hacían con cabeza de res, muy sabrosos. No había regalos, pero la comida no faltaba.
Ramón despierta de la hipnosis de la estufa y dice:
—¿Cómo de que no? Yo les dejaba piloncillo debajo de la almohada como regalo de Navidad, y todos felices.
Ramona cruza sus ahora frágiles brazos, levanta sus hombros y le rueda una lágrima por su mejilla. Con voz baja dice:
—Ahora todos se van con sus familias y la pasamos solitos.
De pronto me ve y me pregunta ¿y tú, qué presentarás en la reunión familiar?
Se me hace un nudo en el estómago nada más de pensar que debo hacer algún show artístico para que lo vean los tíos, si no, no me darán dulces.
Cada 27 de diciembre se hace la reunión familiar Pino Miranda. Mi tío, el cura, organiza todo y se hace en una casa diferente cada año. En ese día se festejan muchas cosas porque es cuando mi tío tiene vacaciones y realiza los sacramentos en la familia. Unos se casan ese día, bautizan, hacen quinceañeras y otros hasta escogen ese día para nacer.
Después de dar gracias por la unión familiar con una misa en la parroquia de San Felipe de Jesús, es tiempo de correr al patio donde colocan la primera piñata. Somos unos ochenta individuos así es que debe rendir. Mi primo Tony desde el techo jala la piola de la pesada piñata. No la ponen fácil y nos vendan los ojos porque hay muchos beisbolistas en la familia, así es que pronto se echan la piñata. Los primeros palazos débiles por los más pequeños nos arrancan las primeos cantos del dale dale y al final los primos grandes quiebran la piñata dejando caer los dulces. Todos revolcados, entre hijos, nueras, nietos y ya hasta bisnietos, se lanzan a la pesca de los dulces.
Algunos viven aquí y otros viven fuera de Magdalena. En el encuentro nos abrazamos, nos dan carrilla incluso los más chicos y las carcajadas no cesan hasta el día siguiente, no falta a quién le llegó la cruda con los tragos de bacanora que se tomaron que dizque para el frío, otros nos agarramos de la botana de duros con la salsa que hizo mi tía Marielos o el dip de queso que mi tía Graciela, trajo.
Lo ameno de la música está a cargo de los primos adolescentes que se ponen alrededor de la grabadora de mi ‘apá. No quitan a Los tigres del norte, cante y cante La banda del carro rojo, hasta que alguien llega con un casete de La concentración y pone El chirotero.
De volada se levantan a bailar los hijos de don Ramón. El Chuy levanta a su esposa Yolanda para bailar. Manuel, Lencho y Chacho comienzan a bailar sin pareja, como si tuvieran resortes en los pies.
La costumbre en la familia en lugar de darte un abrazo o beso se acostumbra simular un golpe de gancho al hígado, palmadas en la espalda, se jalan, se juegan como si hicieran pelea de box y ninguna vez se han tocado. ¡Y yo lo heredé!
Frases como “voltea para atrás” le dicen a mi primo Alex y Marcos, que se agarran de la botana y no dejan nada. José Ramón, abrazado de Audelia en su mano también trae un caballito de bacanora. Toñita baila aplaudiendo con gran sonrisa y levanta a los sobrinos para que se integren al baile.
Todo va bien hasta que dicen “Hora de las presentaciones artísticas”.
Obras de teatro, poesías, canciones o bailables presentan los primos.
La cena es pavo o tamales y comienzan a pasarse los platos. El Dany Boys se atraviesa cantando Batman, creo que le gusta ser el centro de las fiestas. Pakiko baila muy sensual las canciones de Chico Ché. La prima Lupita abraza a sus tíos que ya están muy alegres. Ella viene desde Guadalajara para la reunión así es que les dice uno a uno que los extraña. David y Daniel bailan la sopa de caracol. Cristian y Felipe andan con el caballito de palo corre y corre con el caballo imaginario. Carmen baila con todos los tíos emparejada con los mismos brincos. Tony agarra descuidado a Lencho Pino por detrás y juegan a las luchitas. La nana Ramona y el Tata Ramón, observan a la familia y permanecen serios porque están acostumbrados a acostarse temprano
Y el premio más esperado de la noche es la bolsa con dulces americanos que entrega mi nino Teodoro a los sobrinos. Y a los que participaron le toca doble bolsa. Todo se torna a seriedad a la hora de escuchar el mensaje del tío padre para entregarnos el misal a cada familia.
Truena un tronco dentro de la estufa y dejo de pensar en la próxima reunión que me pone nerviosa. Me despido de mis queridos abuelos que ya están bostezando frente a la estufa que los ha acompañado por décadas en la Navidad y me voy a cenar los ricos tamales que coció mi mamá para disfrutarlos después de la misa de gallo.
En la casa donde vivían mis abuelos ahora vivo con mi familia. Cada rincón me recuerda algo de ellos. Y lejos de sentir tristeza por su ausencia me roba sonrisas y hasta carcajadas el recuerdo de las ocurrencias de mi tata Ramón y el fervor y rectitud de mi nana Ramona, me recuerdan el orgullo de ser su nieta.
Recuerdo los olores y deseo volver a 1990.





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