
por Manuel Navarro
Doña Ramona era de la Yucatán, ese barrio de Guaymas donde viví mi niñez y parte de la adolescencia. Doña Ramona vivía frente a las llaves de donde acarreábamos agua. Se sentaba afuera de su casa que era un patio de tierra. Allí la veíamos en invierno, al sol, tomando café con su cigarro, infaltable.
Doña Ramona era alegre, de esas personas que nomás al verlas te contagian vida. De los recuerdos que tengo de niño, no existe uno donde ella esté enojada, tal vez son tantos los recuerdos bonitos, que éstos hacen olvidar los tristes o desagradables.
Los sábados que no íbamos a la escuela jugábamos en la avenida, justo enfrente de su casa. La avenida 1 no tiene salida, es como una especie de “privada”, que da al cerro. En el cerro donde topa la avenida había un terreno atrincherado que colindaba con la casa de doña Irene…
Lo que más jugábamos era béisbol, la mayoría de las veces con pelota de esponja, porque casi nadie tenía guante, ni bat, para jugar como el equipo favorito de los guaymenses: los Ostioneros de Guaymas.
Nuestro campo era casi toda la privadita: una piedra grande enterrada justo en el centro de la avenida la hacía de home. La esquina de la casa de doña Ramona era la primera base, otro piedrón en medio, justo a la altura donde terminaba el terreno de doña Ramona, era la segunda; la tercera base era un cartón enfrente de las llaves de las que acarreábamos agua para nuestras casas.
Metía jonrón quien volara la bola hasta la barda de con doña Irene. No había mejor porra en el barrio para nosotros que doña Ramona. A puro grito nos animaba, aplaudía, hacía chistes, daba consejos… Se las sabía de todas, todas, porque era beisbolera de corazón y fiel seguidora de Los Ostioneros. Siempre con su cigarro y su taza de café. Siempre.
Uno de tantos veranos, de esos bien calurosos en el puerto, agarramos una rachita de jugar a las guerritas con globos llenos de agua. Ya había oscurecido y era uno de esos días que llegaba el agua por las noches. No recuerdo bien cómo comenzó todo, pero la guerrita con los de la calle 13 y 12 se puso buena, nosotros, los de la catorce, defendíamos el terreno. Teníamos las cubetas con agua donde echábamos las bombas que íbamos llenando en la llave, para que no se reventaran. Llegó el momento en que casi nos quedamos sin bombas, cuando salió doña Ramona, se acercó: ¿qué están haciendo morros?, nos dijo.
—Nos estamos agarrando a guerritas con los de la 13 y la 12, pero se nos acaban las bombas, dijo uno.
—Ahí tengo yo, dijo doña Ramona. Se fue y regresó con una bolsa de globos.
— “Yo se las voy a llenar”, nos dijo. Ustedes váyanse, no los dejen llegar hasta acá, defiendan el terreno.
Tomamos dos bombas con agua cada uno y salimos corriendo, emocionados, con la intención de hacerlos correr. Y así lo hicimos. El equipo contrario terminó huyendo porque se quedaron sin “municiones” y nosotros con la artillería pesada, a todo lo que da, con doña Ramona al frente.





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