
por Carlos Sánchez
¿La palabra es un vehículo para el consuelo? A Martín lo mataron, nos enteramos ayer por una esquela en las redes. Un obituario como un milagro. Tenía alrededor de tres meses desaparecido, pensábamos en él y sus manos trabajando en el campo. A veces lo evocábamos trepado en los zancos, con la destreza de su cuerpo y la tristeza de sus ojos. Hábil el cabrón.
La recordación es un dardo inevitable que se encaja en una costilla. A Martín lo mataron. Pensamos de rebote en sus hijos, crecerán sin padre. Alguien les contará que lo sacaron de una fosa, y que de no ser porque uno de sus amigos que trabaja en la Semefo reconoció la cara de Martín impresa en su credencial del INE, quizá no nos hubiéramos enterado de su muerte. Un niño otea al horizonte, su mirada se trepa de un recuerdo y encuentra la cara de su padre dibujada con el pincel de una nube.
Lavaba su ropa, lavaba los trastes, barría y cocinaba. Lo que la vida le puso al alcance después de huir de las manos que madrean, la violencia del padre. A Martín lo mataron. ¿Estará en un mejor lugar ahora? Dicen que los muertos se encuentran en otra vida, Martín pudiera estar conversando con su madre. Su madre que lo vio todo. Las dimensiones de un hoyo en la tierra, la compañía de los cuerpos que ya sin voz hablan, cuentan sus historias desde el rictus o las posiciones. La muerte se hace costumbre, de la manera más atroz. ¿Quién o quiénes deciden por nosotros?
En colectivo su tránsito por los días. En un grupo de teatro que recorría las calles y gritaba el guión al compás de la música, ritmo del cuerpo, imágenes desde la voz. A Martín lo mataron. Vivió también en los galerones de una bodega como techo para los trabajadores del campo, en su reconstrucción interior, de cuando le quitaron a los hijos, de cuando las complicaciones intrafamiliares sin respuesta a los porqué. Luego se supo que la reconciliación, pero que antes le mandó fotos a los niños para que vieran el proceso de actuación que desempeñaba feliz.
Debajo de la tierra. El azar decide cuándo el cuerpo verá de nuevo la luz. A Martín lo mataron. Fue por suerte o por esa fuerza del universo cuasi implacable que el nombre de Martín ahora es uno más en la estadística. Chingado, a Martín nadie lo buscamos, de no ser por ese amigo que vio su credencial del INE, su vida no sería su muerte, nos preguntaríamos o nos diríamos: algún día vendrá de nuevo y nos contará sus desventuras. Quizá nos sorprenda otra vez con un cuento de proyecto, de irse a otro mundo a crear un mejor mundo.
La palabra es un placebo. Decir la impotencia o la nostalgia. Reconstrucción fragmentada de una vida generosa. A Martín lo mataron. Y nos queda su mirada de niño regañado, sus ilusiones que fueron y/o siguen siendo nuestras. Dice Manuel quien también en algunos años fue su padre, su hermano, su amigo, que Martín es amoroso y el talento le desborda en la mirada. Manuel lo trae ahora consigo, dentro de su puño que le cabe en el corazón. Nosotros también lo traeremos para siempre, y en un día no muy lejano le caeremos en ese mejor lugar.





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