por L. Carlos Sánchez

Desde el título la transparencia. Hablar que es decir desde la honestidad, desde ese páramo interior que es el alma.

Flora Gallegos tiene oficio, el oficio del sentir. El oficio de escribir. A partir de la lectura de estos versos que contiene Conversación desnuda (editorial Cielo bajo 2024), la revelación me llena de felicidad al descubrir la poesía de manufactura Gallegos. Porque cuánta limpieza en la búsqueda y utilización del lenguaje. Bien medidita la oración, bien bonito el estilo que me lleva a la pregunta: ¿cómo se logra escribir así?

Debo hablar ahora del libro como objeto, una caricia al tacto y la mirada, bien bonitos sus colores, la disposición de espacios en interiores y esa ilustración límpida y precisa de la autoría de Julio Perea. El arte que se acuerpa de arte.

Abrí el libro al azar, y en chinga me sumergí en las notas de un blues. Inicié el viaje hacia las locaciones, esos cuerpos que cita la escritora como una ofrenda a la vida: a los hostales, la arena, el mar, al extravío de sí misma y esta escritura a manera de confesión existe quizá para salvarse de todo lo que enturbia a un ser sensible como ella lo es, para salvarse, incluso, de sí misma.

¿Para qué el escriben los poetas, las poetas? Dirán que escriben para retener el tiempo en sus manos, yo digo que Flora escribe para dejarlo ir, para que los fantasmas que le rondan dosifiquen su potencial y entonces una fragancia que dure un instante, no importa, revitalice el deseo de volver a soñar.

Flora en su generosidad me tendió la mano para que funja como su presentador. Me envió el libro, lo recibí feliz y despreocupado. La hecatombe inició al iniciar la lectura, porque supe de volada que estos versos le quedan muy pero muy grande a mi poca capacidad de reflexión o análisis. Un buen broncón, me dije.

En el trayecto de la lectura (no me gustan las comparaciones, ni decir académicamente que este libro es similitud de tal y que en la poesía guajaramájara títere fue), empero, ante tanta luz y emoción al ir leyendo, sentí que una voz de autoridad podría ayudarme en el decir.

Recurrí la experiencia de Ricardo Solís, le compartí varios poemas a través de fotografías, Ricardo estudió en esta escuela y ahora radica en Guadalajara. Hazme el paro, le dije, lee y dime qué piensas. Otra vez la generosidad se me apersonó, y el Richard me envió estos comentarios que ahora comparto:

“Primero, siento que la voz poética en estos textos que me enviaste (y presumo es femenina) tiene como primer atractivo un tono neutro, abocado al rescate de referentes del pasado y espacios significativos; asimismo, es también dueña de un ritmo pausado y extendido (nada de sentencias cortas y explosivas), muy pertinente para la descripción y, por eso mismo, atento a la emotividad que el recuerdo despierta o provoca…

“Segundo, también diría que en ese ritmo de pausa y control, se extiende un lenguaje que está lejos de la ociosa sofisticación pero es preciso sin decantarse del todo por la oralidad, su virtud comunicativa es justamente que se sostiene en su musicalidad y selección léxica para hacer eficiente su expresión, es decir, conectar con un lector que es probable y sensitivo, que atiende lo mismo a objetos y territorios que la memoria conserva, lo mismo que la capacidad para entregarnos a la emotividad que somos capaces de comunicar porque se proyecta desde nuestra existencia hacia la vida de los demás”.

Entonces, hoy con el apoyo de Ricardo Solís, Conversación desnuda tiene dos miradas, dos decires, uno que soy yo, lector amateur, el otro, un poeta sólido que entiende y propone un oficio compartido en aras de construir las redes necesarias para que la poesía continúe su cauce natural hacia los lectores.

Hoy, Conversación desnuda de Flora Gallegos me parece que inicia su camino a la consumación de ser un referente de la poesía en Sonora.

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