por L. Carlos Sánchez

Un tordillo construye su nido en el interior de un aula del Cereso II de Hermosillo. El tordo afana con las ramas en su pico. ¿Por qué elegir un lugar de la prisión para edificar la casa donde habitará su familia? Porque la vibración así se lo indica. De aquí soy, dice el tordillo quien ya espera, junto a su tordilla, la llegada de su cría.

Mientras el tordillo va y viene, como Juan por su casa, la literatura y la música acompaña a los internos, todos instalados sobre su silla, como formando una obra en la técnica de puntillismo donde predomina el naranja.  

El aula, espacio presto para la construcción, de un encuentro sobre el arte, y la casa del tordillo.

Omar Gámez Navo llevó a los internos su más reciente publicación: Para salir del paso (MAMBOROCK 2025), a su costado el inquieto rolero Gaspior Madrigal. Ambos oriundos del mismo terruño, el sur de Sonora, para toda la bandita bonita que habita la prisión. Elotro Coly, escribidor de prosa y adorador de bibliotecas, se la rifó como presentador.

Se hizo la tertulia, al alimón, lectura de crónica-relato-cuento-poesía y alternar con la lira y el canto. Ambos, Omar y Gaspar prendieron a los presentes, quienes colaboradores de ese cuadro al puntillismo, abrieron grande, grande, grande los ojos y apretujaron la garganta (no sin mover las manos en persecución de las notas y lecturas), se dispusieron a disfrutar.

Cuántas sensaciones – sentimientos se orquestan cuando el barrio que es pueblo se habla de tú desde la propuesta discursiva del talento. De las manos se me salen, -como de los ojos al contemplar a ese tordillo preso de libertar en la edificación de su morada-, la capacidad de las palabras para retratar lo que se vive en este tipo de encuentros.

Escritores y músicos que van a la ciudad adentro, se insertan en las paredes y ventanas, destapan la franqueza contenida en su canto y lectura, y obtienen como respuesta el sonido de las manos inmensamente francas como gratitud recíproca de los escuchas quienes atentos corresponden la visita de esos locos de afuera que construyen literatura y notas musicales.

A pregunta expresa de un interno de apellido Anaya, los exponentes contaron sus inicios en el ejercicio del arte, y la remembranza de los años de viajar de mochila, y de escribirle versos a la niña de sus sueños, de armar un poema y como respuesta la reprobación de una maestra de primaria. No obstante, los truenos y relámpagos, la lluvia no porque en el rancho, no, la carrera de ambos, Madrigal y Gámez Navo, contiene la convicción y compromiso.

Dijo Gaspior que un buen de años con la guitarra interpretando en los camiones, en las banquetas, para levantar monedas y continuar el juego que es la vida, ya luego se pagaría la carrera de radiólogo, en Chihuahua adonde se fue re rayte, en un tráiler y después en el chepe que es un tren.

El Omar desenvainó la mirada y como en un desparpajo melancólico abrió su libro para recordarnos que su jefa es atomadadre y tiene un jardín cuyas matas se bautizan en voz de doña Panchis.

De toque y rol las palabras, en el lenguaje oral y contemplativo, mientras un tordillo llenó de aleteo el proyecto mágico de una casa allá, adentro.

Las autoridades penitenciarias nos echaron un lazo para que regresemos en octubre próximo. Iremos y de seguro una familia de pájaros nos acompañará en el canto y la lectura.

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