
por Fernanda Olguín
No sé si sea la edad, pero cada vez con más frecuencia descubro la necesidad de, antes de escribir una crónica o reseñar algo, darme el tiempo de procesar lo vivido. Sentir cada palabra, cada instante guardado. Sentada en una cafetería de mi caótico Obregón, con un café en la mesa, me entrego a saborear, paladear, evocar.
La Escuela de Letras de la Universidad de Sonora, sede del Festival Nacional de la Palabra, fue testigo silente de una fusión sublime de géneros, letras y emociones.
Entre muros y pasillos, letras que fluyen.
La mañana del sábado 20 de septiembre, en el aula 105, sucedió algo entrañable. No era mi primera participación en el Festival —mis últimos tres libros han formado parte del programa en años recientes—, pero sí fue distinta. Una experiencia buena, de esas que se guardan en la memoria con cariño.
En ocasiones anteriores me limitaba a presentar yo misma mis obras: administraba mis tiempos, decidía qué decir y cómo decirlo. Esta vez, en cambio, tuve la fortuna de tener compañía. Los astros se alinearon para que dos desconocidas, con obras tan distintas, compartiéramos y descubriéramos, al final de cuentas, tanto en común: la necesidad de mostrar lo hermosa y cruda que puede ser la cotidianidad.
El buen MAMBOROCK —Carlos Sánchez— abrió mesa con el primer poemario a presentarse en esa mesa, Conversación desnuda, aunque no la primera obra, de Flora Gallegos, poeta hermosillense poseedora de una exquisita sensibilidad. Flora tiene ese don —porque más que habilidad lo es— de tomar las cosas más simples del día a día y convertirlas en versos a veces dulces, otras nostálgicos, y también incendiarios. De poesía sé poco, pero de sentir las emociones que provoca un verso, créanme, soy experta. Y los versos de la Poeta, eso hacen.
Después llegó el turno de Última conexión, mi más reciente libro. No sé reseñar mi propio trabajo, o quizá me da pudor admitir que la palabra, cuando es propia, también tiene fuerza: llega, conecta, hace vibrar. Prefiero entonces dejar las palabras del buen MAMBOROCK, sobre la mujer gato y sus reflexiones:
Como un disparo certero. La inteligencia que es sugerencia, en medio de la frente, o en plena sien, incluso allí, en medio del pecho: la emoción.
Me fui consciente de la enorme responsabilidad que aún tenemos las mujeres que escribimos, y cierro con esta reflexión que me llevo de esa mañana de septiembre en la Escuela de Letras de la UNISON: Grande es el poder y extraña la belleza de la escritura, que nace con una intención —generalmente desahogar el pecho de quien escribe— y termina en simbiosis con lo que siente el pecho de quien lee, lo abraza y lo hace suyo.





Deja un comentario