por Adriana Altamirano

Conocí a Yolanda Sánchez, o “la Yoli”, como todos y todas la conocemos, entre 2018 y 2019. La verdad, no recuerdo exactamente. Lo que sí recuerdo es que yo llegué al mundo del normalismo sonorense en 2018 cuando fui asignada a la ENEE en Providencia. En mayo de 2019 comencé a trabajar aquí en el CRESON como maestra comisionada en la Dirección de Servicios Estudiantiles. En ese entonces, la Yoli apoyaba en la vicerrectoría, así que trabajábamos directamente, porque todos los informes y evidencias se los debía enviar a ella. Además, también nos ayudaba a capturar las requis para los pagos de movilidad estudiantil.

Desde el principio, la Yoli me pareció una mujer muy generosa, atenta, paciente, amable y siempre sonriente. Quizás sería bueno poder echar todas esas cualidades “en un frasquito”, para traerlo en la bolsa y recordarnos que siempre hay que seguir su ejemplo.

Con el tiempo fui descubriendo otras facetas de la Yoli; definitivamente es la escorpiona más optimista que conozco, es amante de los hilos, pues le gusta tejer y bordar, le gusta el Carín León, es aficionada del avistamiento de aves, le gusta leer y, evidentemente, también le gusta escribir.

Leer Liebre me permitió conocer a otra Yoli; una mujer romántica y apasionada que escribe para saberse viva, la que transforma la ternura en palabra y el dolor en belleza.

En Liebre hay poemas que laten entre la dulzura y la herida.

En “Frasco”, por ejemplo, la Yoli escribe:

“Me gustaría poder guardar tu olor en un frasquito,

Capturar tu esencia

Y estar oliendo y oliendo

Todo el día,

Todos los días…”

Ese deseo de preservar lo efímero, ya sea un beso, un aroma, un instante, revela a una Yoli que sabe que el amor, aunque duela, es lo que nos mantiene humanos.

En “Poemas de sí y de no”, la contundencia aparece sin ornamentos:

La duda mata,

La duda inquieta…”

Aquí, la voz poética no titubea; afirma, decide, corta. Es la Yoli firme, la que prefiere quedarse ciega antes que vivir en la incertidumbre.

En “Liebre”, la muerte se nos aparece como un animal salvaje e inevitable, pero también como algo natural, parte del ciclo vital.

La muerte, el amor, el miedo y la ternura se entrelazan a lo largo del poemario. En “Tengo miedo, mamá”, por ejemplo, la voz poética confiesa con una honestidad que desarma:

“Tengo miedo a deshumanizarme,

De contagiarme con la furia,

Que a veces es colectiva.”

Esa conciencia del mundo, esa sensibilidad ante la violencia y la pérdida de empatía, nos recuerda que Liebre no solo es un compendio de emociones, sino también un testimonio ético: una llamada a conservar la ternura como acto de resistencia.

Y en medio de todo eso, la Yoli nos regala también su humor, su ironía y su desparpajo amoroso, como en “Calendario”, mi poema favorito:

“¿A qué horas,

de qué día

vas a decir que me quieres?

de perdida invítame un café

y di cualquier otra mentira.”

En Liebre, la Yoli se muestra completa y humana: amorosa, valiente, sarcástica, reflexiva. Y al hacerlo, nos invita a mirar hacia adentro, a reconciliarnos con nuestras propias dudas, pérdidas y afectos.

Por eso, más que un poemario, Liebre es una conversación íntima con la Yoli. Una conversación que nos recuerda que escribir es también una forma de tejer, con palabras, con memoria, con emociones, y que en ese tejido se revela la esencia luminosa de la Yoli que tanto queremos y admiramos.

*Texto leído en la presentación del Liebre

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