
por L. Carlos Sánchez
El Festival de Teatro Sobre Ruedas es ese lugar de ensueño que acontece año con año. La suma de ideas y voluntades. Un puñado de locos que congrega a esos otros locos: los espectadores.
En el lugar menos esperado, a la vuelta de la esquina, en el pueblo y el poblado, en la plaza, en el interior de la cárcel donde los presos tienen la posibilidad de la libertad puesta en la creación que es el escenario.
En esta quinta edición del tinglado armonioso que es el Festival, en la Plaza del Estudiante de Universidad de Sonora, se presentó Robota, dramaturgia de Gerardo Peña, el cantautor sonorense, bajo la dirección de Beatriz Noriega y con las actuaciones de Tania Alday y Ramiro Airola.
La alegría del estudiante que pasaba por aquí y la silla se convierte en butaca, las familias que trepan hacia la dirección de la emoción a sus hijos, teatreros y críticos, fotógrafos y viedeoastas, directores que se convierten en espectadores. Y la comunidad que emerge, atenta hacia lo que sucede encima del Carromato, esa chistera incansable e inminente.
Robota, ese entramado de inteligencia que pone sobre la mirada la crítica de usos y costumbres, de las pifias que cometemos ya como una inercia, como una camisa de fuerza cultural cuando aspiramos a controlar, señalar e indicar los caminos que la pareja debe tomar.
Divertido y colorido. El talento histriónico y el cuerpo es un halo de luz que se moldea con suavidad para contar las historias.
El tono que aparentemente es broma, los desasosiegos de la emoción cuando la vida se dificulta por los que no: “Acaso no te gusta como soy”. En ese intento de esculpir la belleza de Roberta que es Robota, la lucidez en conclusiones y seguir la fiesta que es paz. La voz de mujer que todo lo clarifica, la reeducación de él, para entender los significados de la felicidad: asumir con alegría lo que se tiene.
Qué linda es la comunión cuando a Doctoro personaje en la humanidad de Ramiro Airola, un cable del micrófono le falla y en plena función las manos generosas resuelven, la cercanía del equipo que apaga la vicisitud con esa naturalidad que dan las tablas de los años sobre la escena.
La música, ese elemento esencial universal, la compañía exacta para el desarrollo de la puesta en escena: las coreografías que emanan también desde la propuesta de dirección, el espléndido movimiento que engalana a la mirada de espectadoras y espectadores. Qué rifada es Beatriz Noriega.
Del cuerpo y su destreza necesaria es la gratitud para Tania Alday, quien presta su integridad y organismo para esa inteligencia artificial que de pronto convierte en el sonido de un teléfono, en la existencia de una Robota.
Vestuario, escenografía: el colorido que emociona y aprehende y quedémonos aquí, a contemplar, para luego irnos con la memoria repleta temas por resolver, la propuesta de un texto, las actuaciones, la dirección, lo que de las manos se nos desborda con las ganas de saber que sucederá otra vez, desde La Cachimba Teatro y ese puñado de soñadores que se adhieren. Nos mueve la esperanza.





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