
por L. Carlos Sánchez
Hay un club de lectura que coordina la maestra Irma Plomares y que lleva años consumiendo esa magia que sólo otorgan los libros. La cercanía del objeto que cuenta historias y propone reflexiones. En derredor de una mesa, muchas mesas, estudiantes de la Benemérita y Centenaria Escuela Normal del Estado de Sonora (ByCENES), semestre a semestre acuden a la cita con la literatura.
Dentro del programa del club que por nombre lleva “ByCENES, lectores en acción”, este cierre de semestre se presentó La ciudad, los amigos… el mar, colectivo de narradoras. Una edición de MAMBOROCK que reúne las propuestas resultado de un taller de escritura en el CERESO femenil de Hermosillo.
Hay una carrera de Artes escénicas en Universidad de Sonora que lleva décadas proponiendo la actuación (aparte de la danza) como un oficio. Como es la vida y el arte que imbrica. Estudiantes de esta carrera interpretaron en la presentación del libro de marras, tres cuadros por demás generosos y potentes. El punto de partida sobre el escenario, a manera de guion, la dramaturgia, textos que contiene La ciudad, los amigos… el mar.
Se armó la tertulia, luego de que Zenhia Fernanda, Víctor Prandini y Tadeo Cuen, otorgaran sus habilidades y pasión, el cuerpo y la voz. Tres interpretaciones resultado de la materia de vocalización que imparte la maestra Adria Peña. Cuánto atino, qué demasiada generosidad de la academia que pone el ojo en las voces de mujeres que habitan la prisión y cuentan lo que la vida es. De ensueño y pesadumbre, porque la realidad cala hondo.
La tertulia se hizo: estudiantes que hablan un mismo lenguaje generacional, el mundito que habitan y les toca echar a andar. La entereza sobre qué es lo que pasa, cómo y por qué, los mecanismos para activar la máquina que es la emoción que desencadena en el oficio de actuar. ¿Cómo hacen para desarrollar la interpretación de los textos? La pregunta de rigor, desde la inquietud y exploración de los normalistas como espectadores.
Las respuestas ineludibles, a la sencillez, desde la entraña. Una conversación de ida y vuelta, la retroalimentación que fluye.
Hay un escenario que es auditorio, sala audiovisual, le nombran, que se convierte en teatro y acoge (acogió) a la actriz y los actores. La enseñanza cuando se exploran otras vidas, cuando se interpretan acontecimientos de los otros. La empatía como virtud para instalarse en el vientre de quien escribe para decirle a los espectadores la urgente necesidad de lo que acontece allá, detrás de la barda, a través de la actriz y los actores.
Es la memoria donde ahora se guardan esos minutos de ayer, sin el previo grito de tercera llamada, en la espontaneidad del querer ser y hacer.
Una pistola que no dispara, una radio que estrella las ondas hertzianas e ilustra los avatares al interior del hogar, las disidencias. Un volante que incita al sonido de un tráiler, el freno de motor, el claxon como un sonido de la desolación, la implacable melancolía ante la imposibilidad del abrazo del padre, ese abrazo que seguirá ocurriendo sólo sueños. En la imaginación.





Replica a Irma Palomares Cancelar la respuesta