
por L. Carlos Sánchez
El tormento que subyace. En la mirada un barco de papel naufraga en la corriente del arroyo. Desde el recuerdo, desde la alegría, desde los temores.
Juan Amparano se ase de los recursos de la locura que no es otra cosa que libertad, desde ese lugar precioso que contiene conciencia e inconciencia, propone sus órbitas de la plástica. Un mundo colorido, lúdico, desgarrado. El accidente siempre presente en lo que construye.
El nihilismo es una herramienta de dualidad, la etiqueta desde los obstinados para con la poesía que nada tiene qué ver con formalidad, pero sí con toda la responsabilidad. Porque el discurso que el pintor ofrece está plagado de sugerencias para la reflexión.

Existe la postura política, la crisis de una sociedad que cada día nos extraviamos más y más. La sobre información que nos lleva la ausencia de empatía. Por fortuna existen estos seres que entregan el pensamiento y la emoción en aras de jalarnos la camisa para indicarnos lo que acontece, “el mundo se cae a pedazos y ni la lluvia podrá salvarnos”.
El nueve de octubre de dos mil veinticinco se inauguró, en la galería de Centro de las Artes de Universidad de Sonora, Cuando la conciencia desplazó los sentimientos, del escultor-pintor-melómano Juan Amparano.
La fortuna, previo al corte de listón, se tendió sobre mi mirada. Y estaba allí, con su inquietud de niño con las manos en los bolsillos, caminando sin caminar, actuando sin actuar, reflexionando en el tic tac de la premura.

Me impresionó el maravilloso desmadre puesto sobre el piso, aún sin instalar la obra. De pronto las raíces de un árbol se me ofertaron como una orgía, o la similitud de cuerpos en descomposición, y estaba allí también la escena del crimen, el plástico amarillo que advierte peligro o muerte. El plástico que demarcaba territorio “porque me dijeron que eso no se podía mover de la galería”.
Juan estaba solo, apenas su camarada El Neto se iba a buscar herramienta para instalar la obra. Entonces a lo que truje, el implacable constructor de discursos desde la armonía que es búsqueda, me conminó a que armáramos el tinglado antes de que dieran las ocho de la noche, la hora precisa para el corte de listón.
Hicimos como que hicimos, pero avanzamos, armamos el laberinto, con esas piezas que desde la pasión y divertimento creo en sus horas de desolación.
Con material reciclado, el laberinto en el cual continúo sumergido. Era yo, sigo siendo yo uno de esos monitos de juguete que sostiene el mundo en su humanidad.

Ileso, jamás. Los colores, materiales, formas y la construcción ya en una sola unidad, es un madrazo en los pulmones. Algo que impide la respiración. Le prometí a Juan Amparano que nomás terminar la obra de teatro La cantante calva, que se presentaría en el Foro de Bellas Artes, regresaría para acompañarlo.
No pude, ya la propuesta plástica-visual me tenía atormentado. Parafraseé a Sabina y no tuve el valor de regresar a ese momento de feliz infelicidad.





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